Por el arquitecto Luis J. Grossman
Lo recuerdo con nitidez aunque no pude retener fechas u otros datos que puedan hacer más precisa la anécdota.
Lo que es seguro es que ha pasado no menos de medio siglo, y que confío en mi memoria para lo que relataré.
Con mis colegas y amigos, Ricardo Kiguel y Adolfo Zanni, integrábamos la mesa examinadora del Examen Libre de Diseño Arquitectónico 3. Al revisar las entregas realizadas para evaluar los trabajos, separamos, como es habitual, los que podrían aprobar una prueba que era por demás difícil, habida cuenta de que el tercer curso configuraba el paso de una formación inicial a la etapa de maduración de un futuro profesional.
Entre los tres proyectos (era una escuela industrial) que se postulaban para aprobar, Kiguel, con una mirada de zorro viejo, señaló uno de ellos y dijo: Éste se hizo ayudar, no es la misma mano. Y al señalar la perspectiva, mostró la diferencia con plantas y elevaciones. En efecto, eran dos manos distintas.
Se dispuso citar al alumno para el lunes a las 9, y tener a mano hojas en blanco para que dibujara.
El lunes a la hora indicada golpearon la puerta del Taller y yo, por ser el más joven, fui a abrir. Un muchacho alto y de buen porte estaba ante mí, pero había un detalle que saltaba a la vista: era su brazo derecho enyesado con la forma de un ángulo recto.
Lo hice pasar, le presenté a los otros profesores y le expliqué el motivo del llamado. “Hemos advertido un cambio de mano entre la perspectiva y los dibujos lineales. Y por eso queríamos que dibujaras aquí, pero claro que tal como estás será imposible hacer hoy esa prueba”.
Para sorpresa de los tres, él exclamó: “No hay ningún problema, yo soy zurdo”. Y acto seguido empuñó los lápices y lapiceras e hizo una buena perspectiva en pocos minutos. La diferencia de lenguajes, en los tiempos de la regla “T” y las escuadras, diseñadas para diestros, estaba en su dificultad para hacer planos lineales con esas herramientas. Eso estaba claro y resolvimos que aprobara con nota Bueno (no recuerdo si 6 o 7) una calificación muy rara en un examen libre.
Este episodio fue para nosotros una lección, ya que al ver entrar al joven enyesado pensamos en seguida en una estratagema para no hacer la prueba. Lo mismo piensan los que leen o escuchan aquel episodio tan peculiar.
Es hora, entonces, de evitar los prejuicios.
Un pedido especial.
Si el propio estudiante (seguramente ahora arquitecto) o algún colega que lo conozca llegara a ver esta anécdota sería un gusto que se ponga en contacto: novedades@calidadempresaria.net